Nos acercamos a una nebulosa. Poco a poco se van diluyendo los contornos y, cuando nos damos cuenta, ya no vemos nada que podamos reconocer. El mundo, las sensaciones y los objetos de cada día nos rodean, pero hemos dejado de identificarlos. Estamos en un umbral.

María Jerez lleva años trabajando sobre lo que escapa al lenguaje o al conocimiento, y borrando líneas con la misma diligencia con que otras se obstinan en trazarlas. A cada trazo le corresponde un borrón, y resulta difícil describir una pieza que basa su existencia en la fuga, en la denegación del sentido. Un poco como cuando Vincianne Despret se plantea qué tipo de existencia tienen los muertos, que, a pesar de ser claramente diferentes de las montañas, las ovejas o los agujeros negros, o incluso de los personajes de ficción, ejercen su fuerza sobre los vivos. O un poco también como Peter Pan, que tiene que coserse la sombra a la suela de los zapatos para que no lo abandone.

Descoser la sombra implicaría desmontar de una tacada el orden establecido, basado en la visibilidad, la legibilidad y la distinción precisa de las cosas. Las sombras, sin embargo, se mezclan, se combinan y dan lugar a seres quiméricos, inefables, inenarrables. La sombra es la extensión más lábil de nuestro cuerpo, la más propensa a extenderse fuera de nuestro alcance y a unirse momentáneamente en otros cuerpos, objetos o espacios. Al mismo tiempo, las sombras dan lugar a lo que no está. A través suyo deja de verse lo que hay para ser capaces de vislumbrar lo que ha desaparecido.

Ese es el estado que nos invita a adoptar María Jerez, balbuciente e incierto: un estado de expectativa que sobrepasa las capacidades del ojo e indaga en el misterio que se esconde detrás. Nos invita a ello después de un largo estudio sobre la no visión, en el que la han acompañado personas ciegas, ornitólogos, magos, coreógrafas e iluminadoras, con quienes ha tenido ocasión de conversar sobre los significados que damos a la oscuridad, la indefinición y la ausencia.