En uno de los minutos más oscuros de la tragedia de Macbeth, Shakespeare describe la vida como un «banco de arena temporal», un puro accidente geográfico que emerge en un mar inalcanzable donde el pasado y el futuro se pierden hasta el infinito. En las marismas y humedales del tiempo, donde las olas arrastran ramas, conchas y esqueletos, es donde más visibles son las sombras y los fantasmas, navegantes a la deriva en un limbo situado entre vidas. Y lo que llamamos el presente, con todas sus prisas, angustias e ilusiones, tal vez solo sea los parpadeos de los muertos desde el mar infinito del tiempo.

El colectivo vasco Tripak («entrañas» en euskera) nos invita a profundizar en la irrealidad de este limbo remoto, un espacio limítrofe donde el cuerpo aparece y desaparece, muere y resucita, se encarna y se descompone. Con un pie en el teatro físico y otro en las bellas artes, las Tripak conjuran a Rodoreda, Vermeer y Wagner en un solo imaginario, un sueño atávico donde las vidas pasadas de varios personajes coinciden bajo la mirada de un maestro de ceremonias divino cansado de tanto esfuerzo por mantener en marcha el mundo que él mismo ha creado. «Si Dios existe, ahora mismo está agotado, explotadísimo», nos dice Andrea Berbois, intérprete de la pieza y encargada, junto a Garazi Navas, de crear la atmósfera musical de la propuesta, inspirada en los sonidos del mar y la obstinada persistencia de las olas.

Un sutil hilo de poesía visual se desliza entre los diferentes elementos de la pieza, desde el centelleo plateado de los peces hasta las fuentes de plata y sus reflejos en el público del teatro, donde también nosotras, espectadoras, cumplimos fielmente con el papel de esperar en un limbo indefinido a que nuestra vida se detenga por un momento para dar paso a otra, hasta que esta también se extinga y podamos recuperar nuestro presente, nuestro personaje.

Platea nos sitúa en un espacio metafórico que relativiza nuestras preocupaciones más individuales y las pone en perspectiva, sin renunciar al sentido del humor, la ternura y la ligereza para hacernos partícipes de una ficción compartida.