Rosa Romero aterriza en el TNT con un solo personal, plástico e hilarante que explora en bucle la tradición cultural andaluza para alcanzar una intimidad muy profunda.

En Soy un baile, el protagonismo radica en la dificultad de identificarse con el propio cuerpo, que, como dice Rosa, siempre ha vivido como algo extraño. Y hasta hace poco no encontró la palabra «disociación» para entender tal extrañeza, porque de niña solo sabía que siempre se veía desde afuera, excepto cuando bailaba. A través de esta experiencia, Rosa ha ido nutriendo la fantasía de poder llegar a existir en una realidad paralela donde el cuerpo no tiene un papel principal, sino que puede ser un objeto, un recuerdo, una frase o un ritmo.

Trascender el cuerpo para ser otra cosa es una ambición mística que Rosa Romero demuestra que también puede ser extremadamente terrenal y sensible. Detrás de una superficie exuberante de humor y absurdo, la pieza alberga paradojas esclarecedoras: cómo, en el intento de invisibilizarse, el cuerpo termina siendo aún más presente; cómo, durante el conflicto con el propio cuerpo, de repente hay que hacerse cargo de la vulnerabilidad de otros cuerpos; cómo las estructuras opresivas también son estructurantes y cómo su desaparición nos deja carentes de algo.

El tema del duelo, que atraviesa varias piezas de este TNT, como Analphabet, Mourn baby mourn o Platea, también aparece aquí a través de la alteridad o la ausencia, evocadas por un sampler que Rosa manipula en el escenario para intentar mantener una conversación imposible. De fondo, el fantasma de todo lo que hemos sido incapaces de decir y la repetición transgeneracional de miedos, represiones y ansias de libertad. Y es que, como sucede en Pai para jantar de Gaya de Medeiros, la disforia corporal es solo el punto de partida para indagar en las relaciones ambivalentes que podemos llegar a sentir con nuestra cultura, nuestra sociedad o nuestros padres.